[...] inevitablemente es él, el único que me ha dominado la piel y el corazón. El único que me hizo sucumbir a sus deseos, arrodillándome ante él para besarle la gloria y llenarme la boca de nubes espesas que se convertían en aguacero al combinarlas con mis fluidos...

Él y solo él, me sometió a su voluntad y yo, yo no opuse resistencia a su dominio y es qué lo hacía con el mayor de los placeres: tierna y perversa, amorosa y malévola, niña y endiablada, mujer enamorada, aunque no se diera cuenta que esa era la razón, de teneme arrodillada a sus pies.

[...] inevitablemente es él, el único que me ha dominado la piel y el corazón. El único que me hizo sucumbir a sus deseos, arrodillándome ante él para besarle la gloria y llenarme la boca de nubes espesas que se convertían en aguacero al combinarlas con mis fluidos... Él y solo él, me sometió a su voluntad y yo, yo no opuse resistencia a su dominio y es qué lo hacía con el mayor de los placeres: tierna y perversa, amorosa y malévola, niña y endiablada, mujer enamorada, aunque no se diera cuenta que esa era la razón, de teneme arrodillada a sus pies.
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