M I E R D A
Esa noche,
después de habernos jurado
tener solo s e x o por placer,
sin poesía,
sin amor,
nos espantamos cuando
abrazados terminamos sudando,
exhaustos,
con espasmos paulatinos,
contracciones a n a l e s
y respiraciones agitadas,
y alientos muy tibios,
y miradas muy calladas,
y silencios muy febriles.
Tú,
recostada en mi pecho escuchando
nuestros corazones retumbar en un
unísono latido, muy parecido al amor
pero sin los estragos que el amor conlleva.
Yo,
haciéndote un remoliníllo en el cabello,
con los dedos, los mismos que minutos
antes estaban dentro de tus cavidades.
No nos dijimos nada,
solo respirabamos.
Podíamos ver cómo nuestros pechos se inflaban cada 600 milésimas de segundo,
y como tu p e zón derecho le hacía
el amor a mi p e zón izquierdo.
No nos dijimos nada,
absolutamente nada;
ni nos vestimos,
ni nos fuimos a las 9 como habíamos quedado,
ni nos reímos como lo hacen los amantes,
ni fumamos como lo hicimos en otras veces,
ni nos aseamos para no sentirnos tan sucios,
ni prendí mi celular;
todo olía tan bien,
olía a lujuria y a incienso;
olía a fluidos,
a pasión,
y a paz,
a mucha paz.
Todo estaba tan tranquilo,
no se oían los gatos
apareándose en el tejado,
ni los gritos de la vecina,
ni el viejo refrigerador de escarcha,
ni las piedrecitas arrolladas por los autos;
o tal vez sí se,
pero nada nos distrajo...
excepto el amor.
Mi miembro flácido yacía
en mi entrepierna,
reposaba,
escurría,
y temblaba.
Tu v a g ina recién c o g ida
descansaba en mi rodilla,
aún estaba semiabierta,
no dejaba de salirle mi nectar,
sentía como se derramaba,
era demasiado,
era viscoso,
era caliente,
muy caliente.
Estabas desfallecida,
lo supe cuando tome tu cuerpo de
trapo y lo subí a la mitad del mio
para así quedar más cerca de tu boca;
lo único que quería era respirar
tu aliento para así dormir.
Tres centímetros separaban nuestros labios,
tan solo tres pinches centímetros.
Ahora tus dos p ez o n e s
hacían el amor con los míos,
y un remoliníllo como el de tu cabello
se formaba en el epicentro de nuestros
labios debido a los alientos tibios.
Antes de dormir,
lo único que pensé, fué:
Esa noche,
después de habernos jurado
tener solo s e x o por placer,
sin poesía,
sin amor,
nos espantamos cuando
abrazados terminamos sudando,
exhaustos,
con espasmos paulatinos,
contracciones a n a l e s
y respiraciones agitadas,
y alientos muy tibios,
y miradas muy calladas,
y silencios muy febriles.
Tú,
recostada en mi pecho escuchando
nuestros corazones retumbar en un
unísono latido, muy parecido al amor
pero sin los estragos que el amor conlleva.
Yo,
haciéndote un remoliníllo en el cabello,
con los dedos, los mismos que minutos
antes estaban dentro de tus cavidades.
No nos dijimos nada,
solo respirabamos.
Podíamos ver cómo nuestros pechos se inflaban cada 600 milésimas de segundo,
y como tu p e zón derecho le hacía
el amor a mi p e zón izquierdo.
No nos dijimos nada,
absolutamente nada;
ni nos vestimos,
ni nos fuimos a las 9 como habíamos quedado,
ni nos reímos como lo hacen los amantes,
ni fumamos como lo hicimos en otras veces,
ni nos aseamos para no sentirnos tan sucios,
ni prendí mi celular;
todo olía tan bien,
olía a lujuria y a incienso;
olía a fluidos,
a pasión,
y a paz,
a mucha paz.
Todo estaba tan tranquilo,
no se oían los gatos
apareándose en el tejado,
ni los gritos de la vecina,
ni el viejo refrigerador de escarcha,
ni las piedrecitas arrolladas por los autos;
o tal vez sí se,
pero nada nos distrajo...
excepto el amor.
Mi miembro flácido yacía
en mi entrepierna,
reposaba,
escurría,
y temblaba.
Tu v a g ina recién c o g ida
descansaba en mi rodilla,
aún estaba semiabierta,
no dejaba de salirle mi nectar,
sentía como se derramaba,
era demasiado,
era viscoso,
era caliente,
muy caliente.
Estabas desfallecida,
lo supe cuando tome tu cuerpo de
trapo y lo subí a la mitad del mio
para así quedar más cerca de tu boca;
lo único que quería era respirar
tu aliento para así dormir.
Tres centímetros separaban nuestros labios,
tan solo tres pinches centímetros.
Ahora tus dos p ez o n e s
hacían el amor con los míos,
y un remoliníllo como el de tu cabello
se formaba en el epicentro de nuestros
labios debido a los alientos tibios.
Antes de dormir,
lo único que pensé, fué:
M I E R D A
Esa noche,
después de habernos jurado
tener solo s e x o por placer,
sin poesía,
sin amor,
nos espantamos cuando
abrazados terminamos sudando,
exhaustos,
con espasmos paulatinos,
contracciones a n a l e s
y respiraciones agitadas,
y alientos muy tibios,
y miradas muy calladas,
y silencios muy febriles.
Tú,
recostada en mi pecho escuchando
nuestros corazones retumbar en un
unísono latido, muy parecido al amor
pero sin los estragos que el amor conlleva.
Yo,
haciéndote un remoliníllo en el cabello,
con los dedos, los mismos que minutos
antes estaban dentro de tus cavidades.
No nos dijimos nada,
solo respirabamos.
Podíamos ver cómo nuestros pechos se inflaban cada 600 milésimas de segundo,
y como tu p e zón derecho le hacía
el amor a mi p e zón izquierdo.
No nos dijimos nada,
absolutamente nada;
ni nos vestimos,
ni nos fuimos a las 9 como habíamos quedado,
ni nos reímos como lo hacen los amantes,
ni fumamos como lo hicimos en otras veces,
ni nos aseamos para no sentirnos tan sucios,
ni prendí mi celular;
todo olía tan bien,
olía a lujuria y a incienso;
olía a fluidos,
a pasión,
y a paz,
a mucha paz.
Todo estaba tan tranquilo,
no se oían los gatos
apareándose en el tejado,
ni los gritos de la vecina,
ni el viejo refrigerador de escarcha,
ni las piedrecitas arrolladas por los autos;
o tal vez sí se,
pero nada nos distrajo...
excepto el amor.
Mi miembro flácido yacía
en mi entrepierna,
reposaba,
escurría,
y temblaba.
Tu v a g ina recién c o g ida
descansaba en mi rodilla,
aún estaba semiabierta,
no dejaba de salirle mi nectar,
sentía como se derramaba,
era demasiado,
era viscoso,
era caliente,
muy caliente.
Estabas desfallecida,
lo supe cuando tome tu cuerpo de
trapo y lo subí a la mitad del mio
para así quedar más cerca de tu boca;
lo único que quería era respirar
tu aliento para así dormir.
Tres centímetros separaban nuestros labios,
tan solo tres pinches centímetros.
Ahora tus dos p ez o n e s
hacían el amor con los míos,
y un remoliníllo como el de tu cabello
se formaba en el epicentro de nuestros
labios debido a los alientos tibios.
Antes de dormir,
lo único que pensé, fué: